Hace más de 2 000 años llegaron a Jerusalén unos extranjeros procedentes de Oriente, e hicieron una pregunta que asombró a sus habitantes: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” (Mateo 2:2).
El nacimiento de Jesús produjo confusión. El rey Herodes se turbó, y toda la ciudad con él. De hecho, la vida económica, cultural y social seguía su curso, y los habitantes de Jerusalén no estaban dispuestos a cambiar mucho su manera de vivir.
¿No sucede lo mismo hoy? La vida transcurre al ritmo de las estaciones, de las circunstancias, buenas y malas. Llegó la navidad con sus árboles, sus pesebres y sus regalos. Sin embargo, ¿es realmente el nacimiento de Jesús lo que muchas personas conmemoran? Este acontecimiento, ¿a menudo no carece de su verdadero significado? En medio de las festividades, ¿quién piensa en el insondable regalo que Dios nos ha dado? ¡Y qué regalo! Se trata nada más y nada menos de Jesucristo, su amado Hijo. ¡Regalo incomparable!
Rechazar un regalo es un insulto para el donante. ¡Qué insensatez rechazar a Jesucristo, a quien Dios nos ofrece como Salvador personal! Un regalo es una manifestación de afecto. Hacemos regalos a los que amamos. Al darnos a Jesús, Dios nos dio la mayor prueba de su amor.
En esta navidad, no descuide el regalo de Dios: Jesucristo como su Salvador. Él puede transformar su vida y darle un nuevo comienzo.
Zacarías 8 – Apocalipsis 17 – Salmo 146:8-10 – Proverbios 30:21-23