En el curso de una comida, Jesús dio dos enseñanzas sobre lo que debemos hacer cuando nos invitan o cuando invitamos a alguien.

Cuando nos invitan, Jesús nos aconseja ser humildes. “Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”: esto es mucho más que una regla de buena conducta social. Esta nueva perspectiva, opuesta a las prácticas del mundo, es la del reino de Dios. En esta esfera moral Dios da gracia y honor a los que reconocen que no tienen ningún mérito.

Cuando invitamos, Jesús nos pide que pensemos en los excluidos y no en los ricos. Quiere que seamos generosos, desinteresados, sin esperar nada a cambio. Recordemos siempre la generosidad de nuestro Padre celestial para con nosotros día tras día, nosotros que somos los pobres; nosotros los maltratados, los heridos por la vida y con cicatrices del pasado; nosotros los cojos que, después de años de gracia, todavía vamos a Dios cojeando, sin confiar en su amor; nosotros los ciegos que creemos ver y saber…

Esforcémonos por imitar la generosidad de Dios. Todos somos invitados, a pesar de nuestras diferencias, a sentarnos humildemente en el último lugar, felices de tener vínculos estrechos con Jesús y así poder mostrar, a nuestra vez, la generosidad divina, invitando a otros a conocer al Dios de toda gracia.