¿Por qué nací? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué existe el mal, y el sufrimiento? ¿Por qué la muerte? Estos son interrogantes que se plantean a cada uno. ¿Qué respuestas les daré, y a otros más? No puedo simplemente olvidar estas preguntas.
Entonces busco… busco, pero no encuentro respuestas. Ni la filosofía ni la religión han podido ayudarme, pues cada una de sus respuestas me lleva a otra pregunta. Me hago reflexiones de este tipo: nací por casualidad, vivo por necesidad, luego desapareceré… inevitablemente. Hubiera podido no nacer. Podría no vivir. Pero lo que no puedo es no morir. Estoy aquí y no entiendo nada. Sí, definitivamente, ¡es absurdo! A menos que, a menos que…
Aquí hay un libro, escrito hace muchos siglos, el cual afirma que hay un Creador, y que ese Creador tiene algo que decirme. ¡Esto me interesa! Dicho libro, según parece, da respuestas a todos los que se atreven a abrirlo. Entonces, ¿por qué no hacerlo? Bueno, abrí este libro y leí… la Biblia. Todavía la leo. Cada día conozco un poco más a mi Creador, a Dios. Un Dios grande, justo, santo y amoroso, que me dice todo sobre mí, y me revela lo que es realmente la vida. Sí, por cierto, la vida, la verdadera vida, la vida eterna, es conocer al único Dios verdadero, y al que Dios envió: Jesucristo (Juan 17:3).
“Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3).
Deuteronomio 19 – Juan 11:38-57 – Salmo 119:41-48 – Proverbios 26:5-6