Esa noche Patricia estaba cansada. No había hecho ni la mitad de lo que quería hacer ese día. En la mañana una amiga deprimida la llamó por teléfono, necesitaba hablar, y la conversación duró casi una hora. Luego la llamaron de la escuela para que recogiera a uno de sus hijos que estaba enfermo. Tuvo que cuidarlo, así que no pudo hacer la diligencia que tenía prevista. Y el trabajo en casa tampoco había avanzado…
Pero al leer los evangelios, reflexionó… Jesús vivió en la tierra haciendo, día tras día, lo que su Padre esperaba de él. Al final de sus jornadas, nunca consideró que había fracasado en el cumplimiento de su programa.
Patricia comprendió que lo importante era hacer lo que el Señor quería que hiciese en el día, ni más ni menos. Escuchar a su amiga desanimada, atender a su hijo enfermo, tal era el programa que su Señor tenía previsto para ella ese día…
Como cristianos, a veces pensamos que no tenemos suficiente tiempo para servir al Señor. Pero, al fin y al cabo, ¿qué es lo más importante? ¿Eliminar de una lista todas las cosas que logré hacer, o saber que durante el día hice lo que el Señor había previsto para mí? ¿Debo lamentarme si los contratiempos me impiden cumplir mi programa?
¡No! Lo importante es irme a la cama sabiendo que mi Maestro aprueba lo que hice.
Deuteronomio 4:1-24 – Juan 3:22-36 – Salmo 114 – Proverbios 24:30-34