Nuestros sentimientos son espontáneos, a menudo irracionales, y a veces descontrolados. No siempre están en armonía con el amor de Dios por nosotros. Sin embargo, Dios da al creyente el mandamiento de amar, porque ha recibido la fuerza y la capacidad para amar a través del amor de Dios derramado en su corazón por el Espíritu Santo (Romanos 5:5).
¿Cómo ponemos en práctica este amor? Obedeciendo al Señor. Por ejemplo, tengo un amigo cristiano enfermo. El Señor ha puesto en mi corazón el deseo de visitarlo, pero si no obedezco poniendo en práctica dicho deseo, mis sentimientos por este amigo pueden convertirse en indiferencia. En cambio, si en un acto de fe obedezco y lo visito, soy consciente de que lo amo verdaderamente. ¿Qué ha pasado? Obedecer al Señor nos hace pasar de ser oidores a ser hacedores (véase Santiago 1:22).
Esta es la clave del amor puesto en práctica: ¡Obedecer al Señor con un espíritu de fe! En efecto, él es quien me lleva a amar verdaderamente. Él actúa en nosotros para eliminar los obstáculos que nos impiden tener una verdadera comunión entre los creyentes, en el respeto mutuo, la rectitud, la entrega, la bondad. ¡La fuerza para amar no está en nosotros, sino en Dios! La fe y la obediencia nos ponen en relación con el Señor, quien entonces produce en nosotros
Deuteronomio 10 – Juan 6:41-71 – Salmo 118:5-9 – Proverbios 25:14-15