Recordemos lo que sucedió hace unos 1990 años. Muchas personas nos lo han contado. Entre ellas, por supuesto, están Mateo, Marcos, Lucas y Juan, autores de los evangelios y contemporáneos del acontecimiento, pero también están Flavio Josefo, Justino, Ireneo, Orígenes y muchos otros después de ellos. Alrededor del año 30 de nuestra era, la tumba de un hombre crucificado, custodiada por soldados, fue hallada vacía un domingo por la mañana. Se habían tomado todas las precauciones para evitar que alguien se acercara a la tumba, pero esto no sirvió de nada. ¡El cuerpo de Jesús ya no estaba allí! Nunca más volvieron a encontrarlo, porque Jesús resucitó. Está vivo; cientos de creyentes lo vieron resucitado.

Sin embargo, parece que este acontecimiento inexplicable cayó en el olvido. Es cierto que en el cristianismo se celebran varias fiestas, pero ¿cuántas personas creen realmente en la resurrección de Jesús? Con todo, la resurrección es el sello de lo divino, es esencial para la fe. ¿Entendemos lo que significa? Resucitando a Jesús, Dios mostró que aprobaba plenamente su persona y su obra. Aseguró a todos los hombres que el sacrificio de Jesús en la cruz satisfizo plenamente su justicia, y que, desde entonces, todo el que cree que Jesús murió por sus pecados recibe su perdón y la vida eterna.

Dios ha hablado, prestemos atención a su voz. “Creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:24-25).