«La caída de las hojas de los árboles susurra algo a los vivos», dice un proverbio ruso. Efectivamente, cuando vemos que las hojas empiezan a ponerse amarillas, a desprenderse de los árboles, y a caer al suelo, ¿no percibimos como un presagio de la muerte?
Las hojas que caen evocan la última etapa de nuestra vida en la tierra y los males que la acompañan. Nos recuerdan lo efímero, y por consiguiente lo absurdo de todo, pues, ¿qué sentido hallar en lo que no dura? Y, ¿cómo consolarse teniendo como destino el de una hoja? “El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más. Mas
Detengámonos para pensar en Dios, reconozcamos que tiene derechos sobre nosotros. Pidámosle sencilla y sinceramente que nos ayude a creer lo que nos dice; a creer que su amor es más fuerte que la muerte, la cual es consecuencia del pecado. Hoy podemos recibir el perdón de Dios y vivir una vida nueva. Jesucristo, el gran vencedor de la muerte, quiere darnos esta vida, si decidimos confiar en él. ¿Quiere hacerlo? Porque, sea cual sea la temporada, vivir con Jesús es volver a vivir realmente.
Amós 3-4 – Tito 2 – Salmo 109:1-5 – Proverbios 24:13-14