«A veces defendía esta secta; otras veces la condenaba. Este doloroso ir y venir solo desapareció después de muchos años de restauración interior.
A veces es más fácil culparse a uno mismo que culpar a alguien a quien hemos idealizado. Reconocer los errores de nuestro modelo significa admitir que nos hemos dejado engañar.
Confesar sus errores es revelar las debilidades personales. Lleva a la liberación, porque Dios perdona. Pero la culpa no termina ahí, pues muchos de los que fueron adeptos de sectas también se sienten responsables de haber llevado a otros a un grupo con doctrinas nocivas. En este caso, ¡Dios también perdona!
Desde que dejé esa secta, a veces me siento muy deprimida. Sentimientos de abandono y gran tristeza me invaden, pero Dios siempre me consuela de una manera especial. Me asegura que ve y comprende mi sufrimiento, que siempre estará a mi lado y que atenderá mis necesidades.
Para separarme del grupo tuve que apartar de mi mente el miedo a los hombres. La Biblia nos dice: “El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en el Señor será exaltado” (Proverbios 29:25). ¿Cómo obedecer verdaderamente a Dios si todo el tiempo tememos decepcionar a los demás? Debemos soportar la consecuencia de nuestra desobediencia a los hombres, cuando esta constituye precisamente nuestra obediencia a Dios».
Jeremías 17 – Lucas 20:27-47 – Salmo 94:1-7 – Proverbios 21:11-12