El filósofo francés Blaise Pascal escribió: «¿Qué es el hombre en la naturaleza? Una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada, un término medio entre la nada y el todo». Ahora bien, es clásico hablar de los dos infinitos: el infinitamente grande, el de las estrellas, y el infinitamente pequeño, el de los átomos.
Pero la ciencia moderna ve otro infinito: el de la complejidad, ¡y la mayor de todas es la del cerebro humano! Miles de millones de células unidas por multitud de puntos de conexión crean un número inimaginable de interacciones, y esto es la base del pensamiento.
¿Qué es el hombre? Es más que un conjunto de células, es un alma viva, un ser responsable, una persona que puede decir: «existo», y entrar en relación con Dios, su Creador. Pero el hombre también es un ser caído desde su origen; se halla en una pendiente moral descendente. Un ser contradictorio, a veces grande y otras veces tan vil, sigue siendo un misterio para sí mismo, tanto en su naturaleza como en su destino, hasta el momento en que Dios se le revela.
Dios lo ama y se le ha revelado en la persona de Jesús. A todos los que reciben a su Hijo Jesucristo como Salvador, Dios les da el derecho de ser sus hijos (Juan 1:12). Todo el que cree en Jesús, el Hijo de Dios, está unido a él. ¡Cuán maravillosos son los planes de Dios para el hombre!
Jeremías 20 – Lucas 22:1-23 – Salmo 95:1-5 – Proverbios 21:17-18