Abraham tuvo el extraordinario privilegio de ser llamado “amigo de Dios” (Santiago 2:23), porque fue un hombre de fe que tuvo una relación personal con Dios y creyó en sus promesas, incluso cuando parecían increíbles (Romanos 4:18).
Esta vida de fe y confianza tiene su fuente en la intimidad entre Abraham y Dios, cultivada regularmente, como un hábito de vida. Se quedaba “aún” ante Dios: esta expresión nos muestra que ese era su modo de vida. Llevaba a Dios sus preocupaciones, sus dudas, sus preguntas, sus peticiones para su pueblo. En este relato (Génesis 18), lo que le preocupa es el destino de su sobrino Lot. Nosotros también podemos preocuparnos por aquellos a quienes amamos, que están en una situación difícil o que se han alejado de Dios. Y la expresión “aún” nos muestra que Abraham oró una y otra vez por Lot, sin cansarse. En el siguiente capítulo lo vemos volver al lugar donde había orado antes por el mismo tema. Tal vez se preguntó por qué Dios parecía guardar silencio ante sus peticiones. Pero no fue así, pues en el momento decisivo, Dios se acordó de las oraciones de Abraham y respondió a su fe librando a su sobrino del juicio que estaba a punto de caer sobre la ciudad.
Para nosotros, que nos desanimamos tan rápido, el ejemplo de Abraham es una motivación para presentarnos ante Dios y exponerle nuestras preocupaciones. ¡Volvamos a él a menudo, sin miedo a insistir, pues en el momento que él elija, responderá!
Jeremías 23:21-40 – Lucas 23:26-56 – Salmo 97:1-7 – Proverbios 21:25-26