La Biblia comienza con unas palabras muy significativas: “En el principio creó Dios…” (Génesis 1:1). No vemos en este versículo ningún argumento para probar la existencia de Dios: él simplemente existe. Siempre ha estado, desde antes de la formación de la tierra y del universo. Él no tiene principio ni fin; siempre ha estado y siempre estará. Dios es eterno. La mente humana no puede comprender lo que es un Dios eterno. ¿Y cómo comprender la inmensidad del universo, al que, no obstante, reconocemos? ¡Todo esto sobrepasa la imaginación!
Pero la Biblia es clara al respecto. El carácter eterno de Dios es inherente a su naturaleza, pues incluso es llamado “Dios eterno” (Génesis 21:33).
Dios existe por su propio poder. Los seres humanos necesitamos alimento, agua, aire, sueño, luz, etc., pero Dios no. Él es “YO SOY” (Éxodo 3:14). ¡Él es único, incomparable! Él es el soberano Señor de todo. Él es espíritu, por eso no lo vemos.
Mi Creador es verdaderamente un Dios infinito; no puedo definirlo ni comprenderlo. Pero también es un Dios que se reveló en Jesucristo, un Dios que ama y que salva. Él quiere ponerse en contacto con nosotros, y nos habla a través de la Biblia.
“Así dice el Señor Dios, creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora sobre ella, y espíritu a los que por ella andan” (Isaías 42:5).
Jeremías 8 – Lucas 14 – Salmo 90:7-12 – Proverbios 20:23-24