«La hipocresía del espíritu es aún más peligrosa que la maldad del corazón, porque enmascara sus iniquidades» (A. A. Pilavoine, 1845). La hipocresía consiste en disimular el propio carácter o las verdaderas intenciones para presentarse bajo una luz favorable e inspirar confianza. No es más que una falsificación basada en la mentira, el engaño, el fingimiento; es incompatible con la sinceridad y la verdad.
El Señor Jesús se reveló como la Verdad; y lo era (Juan 14:6). A los que una vez le preguntaron: “¿Tú quién eres?”, les respondió: “Lo que desde el principio os he dicho” (Juan 8:25). No había diferencia entre lo que Jesús era y lo que mostraba a los demás. Él aborrecía la hipocresía, y a menudo la denunciaba. Los evangelios nos muestran algunos ejemplos: personas que daban limosna, oraban y ayunaban en público para ser vistas por todos (Mateo 6:2-16); otras honraban a Dios con los labios y no con el corazón; algunos le reprocharon por curar a un hombre el día sábado, mientras ellos mismos cuidaban su ganado ese día (Marcos 7:6-13).
Todos podemos ser hipócritas. A veces incluso la excesiva cortesía puede ser hipocresía. Cristianos, estemos siempre atentos para no ceder a esta inclinación, que es contraria a la actitud de Cristo y ajena a la nueva naturaleza del creyente.
“Tú has probado mi corazón, me has visitado de noche; me has puesto a prueba, y nada inicuo hallaste; he resuelto que mi boca no haga transgresión” (Salmo 17:3).
Jeremías 24 – Lucas 24:1-35 – Salmo 97:8-12 – Proverbios 21:27-28