A finales de agosto de 1939, Europa se vio inmersa en un terrible conflicto que trastornaría la vida cotidiana de muchas familias. Luis fue reclutado y llevado al frente. Con el corazón destrozado dejó a su esposa y a sus dos hijos, entre ellos un recién nacido, Henri.
Rápidamente fue tomado preso y deportado a un campo al este de Europa. Durante seis duros años, la vida en la granja familiar se desarrolló sin él. Su ausencia dolía mucho, debido al trabajo en el campo, en el establo, en el huerto, o simplemente cuando la familia se reunía. A pesar de la distancia y de la censura de las autoridades, pudo intercambiar algunas noticias breves por medio de cartas. Los años pasaban, y uno de esos correos tan esperados sumió a Luis en un dolor indescriptible: su pequeña Ester se había quemado accidentalmente, y no había sobrevivido. Oscuros pensamientos le asaltaron. ¿Por qué estoy aquí, lejos, impotente, sin poder estar con mi familia en esta prueba tan grande, y sin haber vuelto a ver a mi hija?
Todos sus compañeros de prisión intentaron consolarlo, pero sin éxito. Años después del final de la guerra, uno de ellos dio testimonio de que Luis se consolaba leyendo su Biblia, la cual nunca abandonó.
La Biblia, verdadera Palabra de Dios, tiene un poder indescriptible para consolar y animar.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:3-4).
Éxodo 7 – Hechos 7:1-29 – Salmo 25:16-22 – Proverbios 10:13-14