La primera palabra que salió de los labios de Jesús en el sermón del monte fue: “Bienaventurados”.
Jesús nos invita a vivir algo mucho más grande, mucho más fuerte que una pequeña felicidad egoísta, centrada en uno mismo y sujeta a las costumbres. El Señor dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Jesús no se refiere a los limitados intelectualmente. La felicidad que propone está unida a una actitud espiritual que da acceso al reino de los cielos.
Los humildes, “los pobres en espíritu”, son animados por una fe que cree lo que Dios dice, como un niño, sin argumentar. Esta humildad de espíritu permite que Dios se revele a su alma (Mateo 11:25). Por tanto, aceptan sin restricciones el juicio que la Palabra de Dios emite sobre el orgullo del hombre natural, y descubren las riquezas del reino al que ahora pertenecen.
¿Cómo podrían los orgullosos, los que se apoyan en su riqueza y poder material o intelectual, tener parte con los humildes de espíritu? Ellos no conocerán la “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17), cosas que caracterizan el reino de Dios.
En nuestro mundo dominado por el orgullo, los que viven como “pobres en espíritu” a menudo son incomprendidos, despreciados. Pero son bendecidos, tienen la mejor parte en el reino de los cielos. “Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5-6).
Génesis 44 – Mateo 25:31-26:13 – Salmo 21:8-13 – Proverbios 8:22-27