Se llama «bienaventuranzas» a las ocho expresiones con las que Jesús comienza su enseñanza a los discípulos (Mateo 5-7). Son palabras de una riqueza moral insospechada, que van a contra corriente de lo que se hace a nuestro alrededor. Antes de reflexionar sobre su profundo significado, veamos la escena: Jesús estaba sentado en la montaña, junto a sus discípulos, y alrededor se hallaba la multitud.
¿Qué veían las multitudes? Veían a Jesús y a sus discípulos. Hacía poco tiempo ellos eran hombres comunes, pero ahora se habían convertido en discípulos de Jesús. Esto podía ser inquietante, incluso preocupante para ellos. Los discípulos veían a las multitudes, a las que pronto tendrían que predicar el reino de los cielos (Mateo 10:7). También veían a Jesús, a quien llegarían a conocer y amar.
La Palabra dice que Jesús, “al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36). Pero Jesús también veía a sus discípulos: “Y alzando los ojos hacia sus discípulos…” (Lucas 6:20).
Toda afirmación de las bienaventuranzas procede de esta mirada amorosa de Jesús. Los discípulos estaban llamados a seguirle con humildad. Habían renunciado a todo; no tenían nada en este mundo. ¿Se sentían vulnerables? No, con Jesús lo tenían todo, y fueron los primeros a los que Jesús quiso llamar “bienaventurados”.
Génesis 37 – Mateo 21:23-46 – Salmo 18:43-50 – Proverbios 6:27-35