Señor, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.
Mas el Dios de toda gracia… fortalezca y establezca.
Todos necesitamos estabilidad y puntos de referencia para vivir. Pero en nuestra vida cotidiana, más o menos tranquila, puede producirse un terremoto: enfermedad, muerte de un ser querido, desempleo… De un día a otro podemos perder los apoyos sobre los cuales se basaba nuestro equilibrio… ¡Entonces todo parece derrumbarse! Sin embargo, en Dios tenemos recursos:
– La bondad de Dios. Esta no depende de nuestros méritos, sino que responde a las necesidades de cada persona. No depende de las circunstancias de la vida, sino que “permanece para siempre”.
– La Biblia. Es como un ancla en medio de la tormenta. Da seguridad y estabilidad a todos los que ponen su confianza en Dios. Ha animado y sostenido a miles de personas abatidas y angustiadas. Ha dado un propósito a su vida presentándoles, no una religión, sino a una Persona, Jesús el Hijo de Dios.
– Jesús. No es el Cristo muerto representado en los crucifijos. Es cierto que fue crucificado hace unos 2000 años, para salvarnos del juicio divino, pero él resucitó y está vivo (Mateo 28:7). Jesús es Dios hecho hombre, en quien los cristianos pueden confiar siempre. Él quiere ser su fuerza, el refugio de su vida, el amparo de su corazón. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Todo lo que nos rodea es efímero y desaparecerá pronto, pero Jesús permanece para siempre. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).