Job era un creyente justo y recto. Había sido ricamente bendecido por Dios, tenía una gran familia y abundantes posesiones. Dios dio testimonio de su fidelidad ante el mismo Satanás.
Pero Dios tenía una importante lección que enseñar a Job. Con este propósito dio permiso a Satanás para que desatara una serie de calamidades sobre Job, pero sin afectar su salud. Satanás se apresuró a dar un terrible golpe a Job. En un solo día perdió a sus diez hijos y todos sus bienes. Job reaccionó de forma admirable y se sometió sin una palabra de rebeldía. Satanás perdió, pero volvió al ataque; insistió y afirmó ante Dios que, si su salud se veía afectada, Job maldeciría a Dios en la cara. Entonces Dios le permitió herir a Job con una enfermedad, sin tocar su vida. Este fiel creyente se vio afectado por una sarna maligna que le producía horribles picazones desde la cabeza hasta los pies. Es difícil imaginar una situación más miserable que la de Job, y un mayor contraste con su vida anterior. Su esposa fue testigo de su desgracia extrema, y llena de amargura pensó que de nada servía temer a Dios.
Entonces Satanás, aprovechando la angustia de Job, le asestó el golpe supremo. Por boca de su esposa sugirió: “Maldice a Dios, y muérete” (Job 2:9). Esperaba ver su deseo cumplido: hacer que Job se rebelara y maldijera a Dios.
Pero una vez más Job se mantuvo firme. Reprochó tiernamente a su esposa por esta triste sugerencia, y se sometió sin pronunciar ninguna mala palabra contra Dios.
Nehemías 7 – Juan 9 – Salmo 119:9-16 – Proverbios 25:25-26