Un excursionista imprudente, sorprendido por la noche, cayó por un acantilado. En su caída logró agarrarse a una rama y quedó colgado; así estuvo, extenuado y angustiado, durante un tiempo que le pareció infinito. Finalmente, sus manos encalambradas se soltaron. Con un adiós desesperado a la vida, se dejó caer… ¡Cincuenta centímetros más abajo, sus pies hallaron el suelo! No sabía que estaba tan cerca.
A menudo nos reconocemos en este hombre. Nos atormentamos, nos agitamos, luchamos buscando soluciones a nuestros problemas. Y nos olvidamos de confiar en Dios, quien está muy cerca.
Podemos leer el Salmo 91 pensando en nuestros miedos personales: “Mi Dios, en quien confiaré… No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día” (v. 2, 5). Y añadimos: tampoco temeré al desempleo, a la jubilación, a la enfermedad, la invalidez, el cáncer, el virus, la guerra, ni a la muerte… “Con él estaré yo en la angustia”, y él conmigo.
Nehemías 3 – Juan 7:1-31 – Salmo 118:10-14 – Proverbios 25:16-17