Hombres religiosos llevaron ante Jesús una mujer casada, sorprendida con su amante. Pensaron que Jesús la condenaría a muerte, según la ley de Moisés. Efectivamente, esta ley condena el adulterio, ¡pero no condena más el adulterio cometido por una mujer que por un hombre! (Levítico 20:10). Entonces, estos acusadores debían haber traído a los dos culpables.
Jesús tocó sus conciencias y les demostró que todos eran pecadores. Habló con bondad a esta mujer, conociendo lo profundo de su corazón, y le dijo: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11).
Aún hoy, la violencia y la discriminación contra las mujeres sigue siendo una plaga. La Biblia siempre ha mostrado que los hombres y las mujeres son iguales ante Dios, y censura el maltrato o la infidelidad de un marido hacia su mujer (Malaquías 2:14). Dios los ama con el mismo amor, y ambos necesitan ser salvados. Al atravesar Samaria, Jesús habló con una mujer que fue al pozo a sacar agua. Los discípulos se sorprendieron al ver que Jesús no seguía la tradición de la época, según la cual los hombres no hablaban con las mujeres, como si estas no fueran dignas de atención (Juan 4:27).
En varias ocasiones Dios honró a las mujeres cuya fe brilló (Rut, Ana, Abigail…). En su Palabra exhorta a los maridos a honrar a sus esposas, “dando honor a la mujer”, y resalta que maridos y mujeres creyentes son coherederos “de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7).
Josué 14 – Hebreos 13 – Salmo 133 – Proverbios 28:17-18