Jesucristo mismo vendrá por los suyos; ¡no confiará esta misión a nadie! El encuentro no tendrá lugar en la tierra, sino en el aire, cuando el Señor nos llame con voz de arcángel, al toque de la trompeta de Dios. Los muertos en Cristo, es decir, las personas que durante su vida en la tierra creyeron en el Señor Jesús, resucitarán y serán arrebatados junto con los creyentes que estén vivos en ese momento, para encontrarse con el Señor en el aire. Dios no nos da ninguna fecha ni plazo, pero esto nos anima a esperar al Señor en todo momento.
Esperar al Señor hace que el cristiano se desligue del mundo, y le imprime el carácter del cielo, al cual pertenece. ¡Siempre debe estar listo para partir! Lo que hace y lo que dice debe ser aprobado por el Maestro cuando venga: trabajar a conciencia, no deber nada a nadie, vivir en paz con todos… Esta esperanza nos anima a vivir en santidad: “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo” (1 Juan 3:3).
Esperar al Señor consuela al cristiano cuando uno de los suyos pasa por la muerte. También lo anima en medio de la enfermedad, de la persecución y de toda clase de pruebas.
Esperar al Señor motiva al cristiano a advertir, antes de que sea demasiado tarde, a todos los que no están seguros de su salvación.
Tal es el propósito de este mensaje: proclamar que Jesús volverá pronto, e invitar al lector a esperarlo con nosotros.
Deuteronomio 28:1-37 – Juan 18:1-18 – Salmo 119:113-120 – Proverbios 26:23-24