Ninguno de nosotros soportaría que quienes nos rodean supiesen exactamente lo que hacemos, decimos o pensamos en el transcurso de un solo día. ¡Qué vergüenza si nuestros secretos más miserables fueran puestos al descubierto!
Sin embargo, Dios conoce todo, absolutamente todo lo que ocurre en nuestro interior, todo lo que expresamos o hacemos. ¡Su aprobación debería importarnos mucho más que la de nuestros allegados y conocidos! ¡Algún día tendremos que rendirle cuentas de todos los detalles de la vida que nos ha prestado!
Este conocimiento perfecto de Dios llenó de asombro al escritor del Salmo 139: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (v. 7).
Sin embargo, esta inquietud puede transformarse en un gozo inigualable. Así sucede cuando, consciente de ser un pecador, el hombre reconoce su estado y lo confiesa sinceramente ante Dios. Entonces está de acuerdo con Dios y ocupa el lugar que le corresponde como pecador. Así, Dios puede revelársele como el Dios de gracia y de perdón, el Dios de la salvación. “¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!” (Salmo 139:17), dice este creyente. “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24). Desde entonces podrá avanzar por el camino de la vida, con la ayuda de Dios en cada paso.
Josué 6 – Hebreos 8 – Salmo 126 – Proverbios 27:23-27