El diccionario dice que el fatalismo considera que todos los acontecimientos están irrevocablemente fijados de antemano por una causa única y sobrenatural. El fatalista cree que todos los detalles de su vida son definidos anticipadamente por el destino, que no puede cambiar nada y, en consecuencia, acepta pasivamente todo lo que le ocurre. Por eso concluye: «Si Dios quiere salvarme, seré salvo de todos modos».
Varios pasajes de la Biblia destacan la soberanía divina. Por ejemplo, “¿quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?” (Lamentaciones 3:37). Pero esto no nos quita la responsabilidad. El cristiano no se deja llevar por el fatalismo, pues tiene una relación viva y activa con Dios a través de la fe.
Dios escucha a sus hijos que oran y confían con gozo en él. Dios “cumplirá el deseo de los que le temen” (Salmo 145:19). Él responde a muchas de sus preguntas directamente por Su Palabra. También les ayuda concretamente en todas las situaciones que atraviesan. La vida del creyente es un intercambio permanente con Dios, su Padre. Él conoce sus necesidades y responde a ellas con agrado, según las expectativas de sus hijos y para su bien.
Por otra parte el Padre, ese Dios de amor, disciplina a sus hijos y permite las pruebas; pero ellos saben que él quiere su verdadero bien. ¡Por eso confían en él y le dan gracias por su bondad!
“Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).
Josué 4 – Hebreos 7:1-17 – Salmo 124 – Proverbios 27:19-20