A veces el Salmo 29 es llamado el Salmo de las siete voces, porque siete veces habla de la voz de Dios expresándose a través de la tormenta, del rayo, hasta el misterio del nacimiento y… la caída de las hojas. ¡Qué poder en esta voz!
Pero esta voz también puede ser “apacible” y delicada, como la que Dios dirigió al profeta Elías para animarlo y guiarlo (1 Reyes 19:12).
Sí, Dios nos habla, con potencia o con dulzura. Habló de una manera muy especial para mostrar el valor que Jesús tenía para él: “Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Lucas 9:35); o también: “Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Juan 12:28).
¡Esta voz de Dios es poderosa para cambiar nuestra vida, para romper nuestra resistencia! Dios despliega, a favor de los que confían en él, ese poder que se muestra tan admirablemente en la naturaleza. Su voz también es apacible y delicada para consolarnos e instruirnos. A través de ella tomamos conciencia de la grandeza de Dios y de su amor.
Aprendamos a reconocer la voz de Dios en el curso de nuestras vidas, en nuestras tormentas y en nuestros desiertos, para confiar mejor en sus promesas e inclinarnos con gratitud y adoración ante él. ¿Esperamos oír pronto la voz del Hijo de Dios? Sonará desde el cielo para reunir a todos sus redimidos, vivos o muertos, y llevarlos a la casa de su Padre (1 Tesalonicenses 4:16).
Josué 3 – Hebreos 6 – Salmo 123 – Proverbios 27:17-18