«Cuando leemos textos antiguos de la Biblia, muy a menudo encontramos crímenes y atrocidades», señaló un asiduo lector, visiblemente sorprendido y molesto.

Cuando el mal sobrepasó los límites, Dios intervino mediante juicios tales como el diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra… o con el fin del mundo, cuando los cielos y la tierra pasarán (2 Pedro 3:10). La historia del hombre es un largo camino de violencia. Comenzó con el asesinato de Abel, cometido por su hermano, y llegó a su punto máximo en la cruz. Allí el Hijo de Dios, “Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1), fue crucificado, víctima del odio humano. Todas estas historias, en las que brilla la maldad del corazón humano, nos interpelan, porque el problema es recurrente hoy en día. Nuestro mundo está enfermo de brutalidad, crueldad y horror.

Si Dios recuerda la existencia de este odio entre los hombres, si no oculta su triste realidad, es porque está atento al destino de los seres humanos. Sería sorprendente que la Biblia lo ocultara discretamente, porque esta maldad resalta el amor y la misericordia de Dios. En lugar de destruir al hombre promotor y actor de la violencia, Dios vino a través de Jesús, el hombre perfecto, para librarlo de las garras y de la fuente de esa violencia. Jesucristo, crucificado por los hombres, entregó su vida santa a Dios; murió por todos los que reconocen que tienen un corazón perverso y que necesitan una nueva vida. ¡Jesús da gratuitamente esta vida! “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20).