El texto del encabezamiento invita a los cristianos a considerar que “todas las cosas” son para su bien, tanto las desagradables como las agradables. Todas las circunstancias de su vida son útiles para que Dios los haga crecer en su fe. No solo contribuyen al bien final, sino que cumplen una obra, “cooperan juntas para el bien de los que aman a Dios” (V. M.). Dios las permite con el fin de formarlos.
Aunque están bajo el control de Dios, y son guiadas por su mano, a veces duelen: una enfermedad, un duelo, un accidente, la pérdida de un trabajo… Esa mano invisible que las permite y las mide es la del Dios de amor, del Dios sabio, que tiene un plan para nuestras vidas. De hecho, lo que nos sucede no es fruto de la casualidad, de la desgracia ni del destino. Estos acontecimientos están perfectamente dirigidos por un Dios que sabe lo que hace y lo que necesitamos.
¿Cuál es el propósito de esta obra de Dios? Hacer que cada uno de sus hijos sean “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29). Desea reproducir en ellos la paciencia, la piedad, la obediencia a Dios, la mansedumbre… es decir, algunas de las perfecciones morales de Jesucristo. Como un escultor que tiene ante sí un hermoso modelo, Dios, por así decirlo, toma a los creyentes en estado bruto y, mediante sucesivos retoques, va quitando aquí y allá un poco del «yo»: pretensión, orgullo, voluntad propia, impaciencia, aspereza… ¡Todo ello para que Jesús sea formado y visto en cada uno de los suyos!
Lamentaciones 2 – Filipenses 1 – Salmo 107:17-22 – Proverbios 24:5-6