«En mi adolescencia empecé a cuestionar el sentido de la vida. Mi profesor de filosofía era un taoísta que se burlaba de Dios y de la Biblia. La conocía mejor que yo y me confundía fácilmente. Esto me motivó a leer los evangelios, y mi asombro aumentó viendo como Jesús sorteaba las preguntas capciosas de los fariseos. Observé que las verdades que afirmaba, también las demostraba con hechos, cosa que sus adversarios no podían hacer. Amaba a la gente, la curaba, hacía todo tipo de milagros, lo que confirmaba sus palabras.
Más tarde conocí a algunos cristianos, entre ellos uno que a menudo me preguntaba: Yvan, ¿eres salvo? Y yo me preguntaba: ¿Salvo de qué? Estos cristianos me mostraron las muchas profecías bíblicas que predecían la venida de Jesús, y al fin esto tocó mi corazón. ¡La Biblia contiene tantas profecías que se han cumplido al pie de la letra! Pero me costaba entender por qué Jesús había muerto en la cruz y por qué era necesario ser salvo. A mis 18 años me di cuenta de que era un pecador y que necesitaba ser salvo. Recuerdo mi gozo cuando la luz brilló en mi dormitorio de estudiante, cuando comprendí que Jesús había tomado
Jeremías 50:1-20 – 2 Corintios 8 – Salmo 106:19-23 – Proverbios 23:22