En el diccionario de la Real Academia Española leemos la definición de adicción: «Dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o el equilibrio psíquico». Hay adicciones graves, como la adicción a las drogas, al alcohol, a la pornografía, a los videojuegos, al juego de apuestas… A veces hablamos a la ligera de ser «adictos» a ciertos programas, al internet, sin darnos cuenta de que la fuente es la misma para el creyente como para el incrédulo.
Cuando el apóstol Pablo escribe: “Lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Romanos 7:15), describe a un creyente que experimenta la presencia del pecado en él mediante los deseos que le sugiere, y que intenta, por sus propios medios, salir de dicho estado.
Entonces, ¿cuál es el poder que permite experimentar la afirmación del versículo de hoy: “No me dejaré dominar de ninguna”? Es el poder del Espíritu de Dios que habita en el creyente (Gálatas 4:6).
¿Y cómo puedo andar “en el Espíritu”, es decir, dejar que él dirija mi vida? ¡En mí mismo no tengo fuerzas para hacerlo! Debo recordar que estoy “crucificado” con Cristo, y que “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Si oro y leo la Biblia, solo o con otros cristianos, Cristo vivirá en mí y me librará con la fuerza que Dios da día tras día.
Jeremías 47 – 2 Corintios 3 – Salmo 105:23-36 – Proverbios 23:12