Jakov, un predicador, llegó un día a un pueblo del este de Europa. Allí conoció a un anciano llamado Cimmerman, quien había sufrido mucho por el mal comportamiento de algunos cristianos de su entorno. Cuando Jakov quiso hablarle de su fe en Jesús, Cimmerman le interrumpió y le habló de todas las fechorías cometidas por los religiosos de su pueblo. Entonces Jakov le dijo: «Imagina que te robo tu manto, me lo pongo y atraco un banco. Desde lejos la policía me ve huir y logra quitarme el manto. ¿Qué dirías si te acusaran de robar el banco?»
–Diría que eso no es cierto.
–Pero la policía tendrá de un argumento sólido para acusarte, replicó Jakov: te enseñarán tu manto.
Esto avergonzó al anciano, quien pidió al evangelista que saliera de su casa. Pero Jakov siguió visitándolo para hablarle del amor de Cristo. Un día Cimmerman preguntó a su visitante cómo podía volverse cristiano. Jakov le explicó que debía reconocer sus pecados y creer en Jesús, quien había dado su vida para salvarnos.
Entonces el anciano se arrodilló, inclinó la cabeza y oró por primera vez. Cuando se levantó, abrazó a Jakov y le dijo: -Gracias por haber llegado a mi vida. Y añadió, señalando el cielo: Usted lleva muy bien el manto de Cristo.
Pablo escribió: “nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre… y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 1:5-7).
Jeremías 45-46 – 2 Corintios 2 – Salmo 105:16-22 – Proverbios 23:9-11