La felicidad, según la definición del diccionario, es un estado de completa satisfacción. ¡Todos los seres humanos la buscan, de un modo u otro! Algunos piensan que la encontrarán en la riqueza y la comodidad material, otros en la posición social o el éxito profesional, algunos en la meditación… El rey Salomón, famoso por su sabiduría, escribió el libro de Eclesiastés, en el cual describe su búsqueda de la felicidad. Lo intentó todo, y concluye que su búsqueda fue en vano.
Entonces, ¿debemos rendirnos? En la Biblia, Dios nos muestra otro camino: “Regocijaos en el Señor siempre…” (Filipenses 4:4). Conocer a Jesús como mi Salvador y Señor me trae satisfacción y descanso, y esta felicidad se vuelve más profunda con el tiempo. El apóstol Pablo, en medio de grandes pruebas y dolores, escribió: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13). “Sé”, “he aprendido…” ¡Debemos aprender, pues, a estar satisfechos!
Dios dio a su Hijo para salvarnos y llevarnos por el camino de su paz y su gozo. El “Dios bendito” (1 Timoteo 1:11) quiere compartir su felicidad con todos los que son sus hijos por la fe en Jesucristo.
Jeremías 44 – 2 Corintios 1 – Salmo 105:7-15 – Proverbios 23:6-8