El científico Francis Collins cuenta cómo se convirtió a Cristo, después de haber sido agnóstico y ateo. Cuando era estudiante y le preguntaban sobre la existencia de Dios, Collins respondía: «No lo sé», lo que más o menos significaba: «¡No quiero saber!». Pero un día, al final de sus estudios de medicina, fue confrontado por una paciente. Este es su testimonio:
«Una mujer mayor, que padecía una angina de pecho grave, y desgraciadamente incurable, me preguntó en qué creía. Era una pregunta muy legítima. En efecto, varias veces habíamos hablado sobre diversos temas importantes relacionados con la vida y la muerte; en el curso de esas charlas ella me había hablado de su fe cristiana. Sentí que me sonrojaba mientras tartamudeaba: “Realment no lo sé”. La sorpresa que ella manifestó ante mi confesión me puso en aprietos, pues la pregunta que había tratado de evitar durante la mayor parte de mis 26 años se hizo ineludible para mí. Yo, que me consideraba un científico, nunca había examinado seriamente las pruebas a favor o en contra de la fe.
Esta charla me obsesionó durante varios días. ¿Un científico saca conclusiones sin tener en cuenta los datos? ¿Puede haber una pregunta más importante que esta en toda la existencia humana? ¿Existe Dios? Sin embargo, aquí estaba yo, con una especie de ceguera voluntaria que no era más que arrogancia, habiendo evitado inquirir seriamente sobre el tema. De repente, todos mis argumentos parecían muy débiles…».
Jeremías 42 – 1 Corintios 15:29-58 – Salmo 104:27-35 – Proverbios 23:1-3