Veamos un tercer ejemplo en el que el hombre Jesús sobresale por su grandeza divina.
En el transcurso de una acalorada conversación, el tono de los judíos opuestos a Jesús se subió, y empezaron a insultarlo. Jesús los reprendió: “Yo… honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis” (Juan 8:49). Más adelante subrayó la fe de Abraham, quien vislumbró el nacimiento del Mesías: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Juan 8:56). Los adversarios de Jesús no entendieron estas palabras y replicaron despectivamente: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?”. Entonces, de forma soberana, Jesús pronunció una de las afirmaciones más profundas del evangelio: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. Se identificó con el Señor que dijo:
La reacción fue inmediata. Pensaron que sus palabras eran blasfemas y tomaron piedras para lanzárselas. ¿Qué hizo entonces el Hijo eterno de Dios? “Jesús se escondió y salió del templo”. ¡Qué humildad, qué humanidad! Como una persona perseguida, el que había venido a ser el Salvador del mundo salió y escapó de la violencia de los hombres.
¡No podemos ser indiferentes ante Jesucristo! ¿Vemos en él un simple hombre que despierta la ira con su mensaje de verdad? ¿O recibimos sus palabras: “Antes que Abraham fuese, yo soy”? ¡Él es el Dios vivo ayer, hoy y siempre!
Joel 1 – Marcos 14:26-52 – Salmo 59:8-17 – Proverbios 15:23-24