Una gran angustia puede llevarnos a librar una verdadera batalla por medio de la oración. En los evangelios vemos a una madre luchando por su hija poseída por un demonio. Su oración fue un clamor a Jesús, e insistió tanto que los discípulos querían despedirla porque daba voces tras ellos (Mateo 15:23). Esta fue la primera prueba que ella debió superar. Además, aunque el Señor Jesús escuchó dicha oración, no la respondió inmediatamente. Entonces la madre siguió insistiendo, porque Jesús era su única esperanza, y no estaba dispuesta a dejarlo. Luego Jesús respondió su oración, pues su fe era grande (v. 28).
En el Antiguo Testamento también vemos a una madre perseverando en la súplica. Se trata de una mujer rica que ayudó al profeta Eliseo. Dios le concedió el hijo que tanto deseaba. Pero unos años después el niño murió. En su angustia, la madre se apresuró a buscar al profeta. Eliseo le envió un sirviente. Pero la mujer exigió la presencia del profeta, y le dijo: “No te dejaré” (2 Reyes 4:30). Ante su insistencia, Eliseo la acompañó, y mediante el poder de Dios devolvió la vida al niño.
Las oraciones de estas dos mujeres, provenientes de una fe perseverante, salvaron a sus hijos. Su insistencia no era obstinación. ¡La fe honra a Dios, y él siempre la recompensa!
Isaías 65 – Marcos 13 – Salmo 58:6-11 – Proverbios 15:19-20