Varios pasajes de los evangelios subrayan los detalles que muestran a Jesús como hombre y también los que lo muestran como Dios.
En la ciudad donde Jesús se había criado, un día habló en la sinagoga. Todos escucharon con interés a este hombre a quien conocían, pero pronto sus palabras los turbaron; entonces lo echaron y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba construida su ciudad, para arrojarlo al vacío. ¡Qué violencia! Jesús se dejó llevar por esta multitud enfurecida. “Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lucas 4:30). ¡Su poder se mostró con toda sencillez!
Más tarde, en Jerusalén, Jesús fue el centro de todas las conversaciones. Todo el mundo se hacía preguntas sobre él. Algunos lo despreciaron por su origen galileo, del norte de Israel, pues según las profecías, Cristo debía venir de Belén, del sur. Ignoraban que él había nacido precisamente allí, en medio de la pobreza y la indiferencia generalizada. Los alguaciles recibieron la orden de detenerlo. ¿Prenderían a Jesús como a cualquier otro hombre? ¡No! Su divinidad brilló de nuevo: “Y algunos de ellos querían prenderle; pero ninguno le echó mano. Los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos; y estos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:44-46).
Al igual que ellos, ¿estamos maravillados por la persona de Jesucristo?
Isaías 66 – Marcos 14:1-25 – Salmo 59:1-7 – Proverbios 15:21-22