El Evangelio no es simplemente el anuncio del perdón de Dios. El hombre que reconoce su condición de pecador y se arrepiente, recibe la gracia de Dios. Puede estar seguro de que ninguna condena pesa sobre él (Romanos 8:1). Pero la Biblia nos muestra que Jesucristo no solo murió para librarnos del juicio divino. “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).

Por un lado, Dios quiso librarnos del juicio mediante el Evangelio de la salvación, y por otro lado, también nos llama a servirle: “Nos salvó y llamó con llamamiento santo” (2 Timoteo 1:9). Aunque nos cueste entender lo que significa para nosotros este llamado divino, podemos estar seguros de que es para que los planes de Dios se cumplan (Romanos 8:28). La historia de Abraham es instructiva. Él fue llamado por Dios para vivir de forma diferente a sus conciudadanos, con un propósito e interés distintos a los de ellos. Abraham caminó con Dios, como lo hizo Enoc antes que él (Génesis 5:22). Incluso fue llamado “amigo de Dios” (Santiago 2:23), y Dios le reveló sus secretos.

Por medio del Evangelio Dios nos revela otra esfera: el “reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13), ámbito donde se reconocen sus derechos, y al cual pertenecen todos los cristianos. Vivamos según los principios de este reino, honrando al Señor Jesús con nuestra fe y obediencia.