A nadie le gusta estar ante un tribunal, sea culpable o acusado por error. Antes de la audiencia, la mente está invadida de preguntas: ¿Qué pena pedirá el fiscal? ¿Qué argumentos darán los abogados? ¿Cómo reaccionará el jurado? ¿Qué decidirá el juez? Todas estas preguntas asustan, incluso si somos libres de culpa.
Después de que el Señor Jesús haya llevado a los creyentes al cielo, estos comparecerán ante el “tribunal de Cristo”. Cada uno tendrá que dar “a Dios cuenta de sí”. Se encontrará solo ante Dios. Pero no habrá parte adversa, ni fiscal, ni jurado… Ese tribunal no se pronunciará sobre la salvación de los que estén allí, pues esta ya fue confirmada por el juez mismo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). El castigo que merecían fue totalmente soportado por Cristo en la cruz.
Pero allí Cristo dará su apreciación sobre la manera en que hayamos vivido y actuado. Todos los creyentes deben comparecer ante este tribunal. Allí veremos nuestra vida como el Señor la vio… Él sacará a la luz tanto lo bueno como lo malo; no para acusarnos, sino para resaltar su gracia. Es un alivio saber que nada quedará en la sombra, pues este acto proviene del juez justo, nuestro Salvador, el único que conoce todos los detalles de nuestra vida, con sus motivaciones. “Entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5).
Nehemías 7 – Juan 9 – Salmo 119:9-16 – Proverbios 25:25-26