Era lunes por la mañana; un compañero de oficina, muy impresionado, nos contó el accidente que había sufrido la víspera y en el cual había rozado la muerte. Su automóvil se había reducido a una masa de hierro, pero él y su familia habían salido sin daño alguno.
“Por poquito nos morimos… ¡tuvimos mucha suerte!”.
¿Suerte? No, fue Dios el que les prolongó la vida. ¡Cuántas veces Dios nos ha guardado de forma clara, hasta espectacular, incluso sin que nos demos cuenta! Entonces no sirve de nada decir de forma fatalista: “¡No era mi hora!”. Reflexionemos más bien en la bondad de Dios, quien nos dio la vida y nos la ha conservado hasta hoy. Él tiene derecho a pedirnos cuentas por esos días que añadió a nuestra vida. “El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Para los creyentes, esta paciencia de Dios es una invitación a servirle con fidelidad y a vivir más profundamente la esperanza cristiana. ¿Cómo empleamos el tiempo que Dios nos da en la tierra?
Cada lector inconverso también puede hacerse esta pregunta: ¿Qué atención he prestado a “las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad?”. Esta bondad de Dios me guía a arrepentirme (Romanos 2:4). ¡Ya me alargó el plazo!
Aún hoy me invita a asir su gracia: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).
Esdras 5 – Juan 3:22-36 – Salmo 114 – Proverbios 24:30-34