En la vida de Alberto, un joven lleno de vida, todo iba bien. Sus amigos apreciaban su energía y su seriedad. Aparentemente tenía un futuro prometedor. Cuando era niño había asistido al club bíblico y había oído, memorizado e incluso cantado muchos pasajes de la Biblia. Sabía que Jesucristo había muerto en la cruz para salvar del juicio eterno a pecadores como él. Confesar su estado personalmente a Dios lo hubiese comprometido. Por ello prefería buscar excusas: todavía tengo tiempo, soy joven, la religión es para las personas mayores.
Un día uno de sus amigos le preguntó:
– Si mueres, ¿a dónde irás?
– Iré al infierno… no he confesado mis pecados a Dios.
– Pero tú sabes que basta arrepentirse para ser perdonado. ¿No te asusta tu situación?
– Claro que sí, pero tengo mucho tiempo por delante. Ahora estoy muy ocupado…
– ¡Debes reflexionar seriamente!
Un año después, durante las vacaciones, mientras paseaba en la montaña, resbaló: su caída fue mortal.
El “mucho tiempo” se redujo a escasos segundos. Segundos de pánico… ¿Tuvo tiempo para clamar a Dios y decirle: Jesús, pequé, sálvame? ¿Dónde estará Alberto en la eternidad? ¿En el paraíso o en el infierno? ¡Solo Dios lo sabe!
Usted, querido lector, que siempre aplaza la decisión más importante de la vida, preste atención: ¡aún hoy puede entregar su vida a Jesús! Él murió por usted y le tiende la mano una vez más; ahora lo hace mediante este mensaje. ¡Arrepiéntase y crea en él para ser salvo eternamente!
Esdras 2 – Juan 1:29-51 – Salmo 111:6-10 – Proverbios 24:23-26