David fue rey de Israel y sucedió a Saúl. Era creyente, conocía a Dios y confiaba en él. Experimentó sus cuidados y su protección durante los años en los cuales Saúl, celoso, lo perseguía. Y cuando estaba en el trono, David siguió confiando en Dios.
En cierta ocasión tuvo que enfrentar un ataque de los filisteos, enemigos de Israel (1 Crónicas 14:8-12). David oró rápidamente a Dios para que le mostrase qué debía hacer. Entonces Dios le dijo que pelease contra sus enemigos, y le dio la victoria.
Poco después los filisteos volvieron (v. 13-16); era preciso actuar. David se hallaba en una situación parecida a la anterior. ¿Era necesario orar a Dios otra vez? ¿No podía actuar de la misma manera? ¡No! David preguntó nuevamente a Dios. ¡La respuesta que recibió fue lo contrario de la precedente! Pero David la aceptó sin argumentar, y nuevamente obtuvo la victoria.
Esta actitud es instructiva para cada cristiano. En nuestras dificultades o decisiones, pidamos a Dios que nos guíe. Y si algunas situaciones se repiten, no nos creamos lo suficientemente sabios para enfrentarnos a ellas por nuestros propios medios. ¡Consultemos a Dios en cada ocasión! En realidad, varias situaciones similares pueden ser de hecho muy diferentes. Solo Dios posee todos los elementos, por lo tanto, puede aconsejarnos con sabiduría.
Como David, mediante la oración preguntémosle qué debemos hacer, leamos atentamente su Palabra y hagamos lo que él nos dice. ¡Así obtendremos la victoria!
Nehemías 3 – Juan 7:1-31 – Salmo 118:10-14 – Proverbios 25:16-17