Estos fueron los comentarios de un periodista con respecto al dopaje en el ciclismo: “Es su palabra… pero honestamente no vale nada. Y cuanto más insista, más sospechoso será”. El periodista añadió: “En el ciclismo, la cultura de la mentira está tan fuertemente anclada que el tramposo siempre acaba por persuadirse de que su mentira es la única verdad”. Este testimonio es severo y pone de manifiesto que el engaño y la mentira están arraigados en la naturaleza humana. El corazón está corrompido. La palabra de un hombre no puede constituir un testimonio creíble.
Sin embargo, hubo un hombre en la tierra a quien se le preguntó: “¿Tú quién eres?”, a lo que él respondió: “Lo que desde el principio os he dicho” (Juan 8:25). Era Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Él mostró lo que era un hombre perfecto. Su testimonio era verdadero: “Yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy” (Juan 8:14).
La perfección de su persona brillaba ante todos. Nadie pudo hallarlo en una falta, nadie pudo acusarlo de haber hecho el mal. “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?” (Juan 8:46). Sin embargo, fue crucificado por haber rendido testimonio a la verdad. Gracias a este sacrificio, aún hoy, todo el que recibe “la palabra de verdad” es liberado de su pecado.
Nehemías 5 – Juan 8:1-30 – Salmo 118:21-29 – Proverbios 25:20-22