El apóstol Pablo contó a los creyentes de Corinto una experiencia única (2 Corintios 12:1-10): fue llevado transitoriamente al paraíso, escuchó palabras maravillosas, imposibles de expresar en el lenguaje humano. Pero luego “volvió a la tierra” para llevar a cabo la misión que Dios le confiaba. Dios sabía que Pablo podría enorgullecerse de esas revelaciones extraordinarias. Para mantenerlo en humildad permitió que su siervo tuviese una discapacidad física que le hacía sufrir mucho. El apóstol suplicó tres veces al Señor que se la quitase, pero
En vez de rebelarse, Pablo se sometió tranquilamente. Debido a ese “aguijón”, aprendió y transmitió importantes lecciones. Y el Señor lo utilizó para animar y consolar a generaciones de creyentes que sufren de diversas maneras, sin que Dios considere apropiado retirar la prueba. Si lo hubiese curado, no se habría obtenido dicho resultado.
Dios siempre responde a sus hijos, pues los ama. A veces les responde “sí”, a veces “no”, o “espera un poco”. Él no es indiferente a nuestras dificultades, pero quiere emplearlas para nuestro bien y para el bien de los que nos rodean. Si, en su sabiduría, no nos libera, sometámonos pacientemente; y como Pablo, aprendamos lo que significa: “Bástate mi gracia”.
Ester 4 – Juan 15 – Salmo 119:89-96 – Proverbios 26:17-18