Esa noche Ana estaba preocupada. Vivía en una casa aislada. Su marido y su hijo habían salido todo el día. Una gran tormenta los había obligado a buscar un refugio para pasar la noche. Ana estaba asustada porque tendría que pasar la noche sola. Por el vecindario rondaban dos hombres peligrosos… Entonces se arrodilló y suplicó a Dios que le ayudase a vencer el miedo. No había terminado de orar cuando escuchó unos ladridos afuera. Abrió la puerta y el perro de los vecinos entró cubierto de nieve. Fue directamente a acostarse cerca del fuego y la miró con inteligencia, como si le dijera: “No tengas miedo, voy a cuidar de ti”. Agradecida, Ana se acostó y durmió tranquilamente.
Al día siguiente sus vecinos le contaron que desde hacía años su perro nunca había dejado su dormitorio durante la noche. Pero que ayer, después de dos horas luchando para que se acostara, al fin lo dejaron salir, para poder dormir… El animal se fue rápidamente a la casa de Ana.
¡Esta historia nos muestra que Dios, a quien todo obedece, puede emplear incluso un animal para responder a las necesidades de los suyos!
También nos muestra que Dios conoce anticipadamente nuestras necesidades y prepara la respuesta a una oración que todavía no hemos formulado. Precisamente en el momento en que Ana oraba, el perro estaba agitado tratando de hacer que sus dueños lo liberasen. ¡Ana recibió la respuesta, según Su promesa, en el momento oportuno! (Hebreos 4:16).
Esdras 10 – Juan 6:1-21 – Salmo 117 – Proverbios 25:11