Hablando de la muerte, una anciana, acostada en su cama y con asistencia respiratoria, meditaba sobre la fragilidad y la dependencia de los que entran en la vejez. “La gran vejez es la pobreza total”, afirmaba. Sin embargo, ella consideraba su muerte como un “encuentro filial” con Dios. Recordaba su pasado y decía que había llegado la última página de su vida en la tierra, la que pronto pasaría para dar lugar al maravilloso encuentro. “Entraré en la muerte por medio de este vínculo de filiación con Dios que atravesó toda mi vida. Me preparo para vivir el encuentro con mi Señor. ¡Podré disfrutar de su amor cara a cara eternamente!”.
A medida que pasaban los meses, sus palabras se hacían más precisas: “No tengo miedo de morir. Para el cristiano, morir debería ser el día más hermoso de su vida. ¡Qué gozo ir hacia ese encuentro final!”.
La fe que cree la Palabra de Dios permite vivir tales certezas. Escuchemos lo que nos recuerda el apóstol Pablo: “Sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo (nuestro cuerpo), se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial… Porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios 5:1-2, 4).
“En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:52-53).
Nehemías 8 – Juan 10 – Salmo 119:17-24 – Proverbios 25:27-28