El Señor está cerca: Miércoles 27 Diciembre
Miércoles
27
Diciembre
A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo.
Hechos 23:11
El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas.
2 Timoteo 4:17
Nuestro Dios puede hacer infinitamente más

Estos pasajes de la Escritura marcan el comienzo del cautiverio de Pablo en Jerusalén (Hch. 23) y el final de su cautiverio en Roma (2 Ti. 4). Creemos que este periodo fue aproximadamente de unos diez años, incluyendo un corto período de libertad, pero el Señor Jesús estuvo junto al apóstol desde el principio hasta el final, conforme a su promesa: “No te desampararé, ni te dejaré” (He. 13:5; Jos. 1:5).

El apóstol Pablo estaba ansioso por ir a Jerusalén. Más de una vez sus hermanos le habían aconsejado, por el Espíritu, que no fuera; pero él estaba dispuesto no solo a ser encarcelado allí, sino a morir por el nombre del Señor Jesús (Hch. 21:13). Solo una semana después de su llegada, él estuvo a punto de ser linchado por los judíos antes de que la guarnición romana acudiera en su ayuda y lo encadenara (Hch. 22:27-34). Algunos podrían pensar que él era responsable de esto y que debía ser culpado; pero el Señor no lo culpó, sino que lo animó.

Los motivos de Pablo eran puros. El Señor Jesús vio un fiel reflejo de su propio amor en el corazón de su siervo: “Tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne” (Ro. 9:2-3). Al igual que Moisés, con celo santo, él estaba dispuesto a sacrificarse en la conducción del pueblo a los pies del Señor (Ex. 32:32).

Pero eso no iba a pasar. Pablo, al igual que su Maestro, el Señor Jesús, había llorado por Jerusalén: “Como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste” (Mt. 23:37). Las puertas del templo se cerraron (Hch. 21:30) y Pablo no pudo continuar su testimonio en Jerusalén. Pero el Señor, en su gracia soberana, transformó todo en una bendición mucho más amplia. Pablo iba a testificar en Roma, anunciando allí el misterio de Cristo y la Iglesia a través de sus escritos. Sí, nuestro Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef. 3:20).

Simon Attwood