El Señor está cerca: Miércoles 20 Diciembre
Miércoles
20
Diciembre
Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.
Salmo 110:4
Melquisedec, tipo del Señor Jesús

Las expresiones enfáticas de este salmo de David deben haber sido una fuente de asombro para él y para cada israelita que las leyó. Israel estaba bien acostumbrado a las exigencias de la ley de que solo los descendientes de Aarón podían ser sacerdotes. Coré, aunque era levita, sufrió un terrible castigo de Dios por intentar ocupar el lugar de Aarón (Nm. 16).

¿Pero quién era Melquisedec? Solo un pasaje anterior a este lo menciona brevemente (Gn. 14:18-20). Mucho antes de que Israel existiera como nación, Melquisedec nos es presentado como rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo. Apareció en escena de forma repentina cuando Abram regresaba de su victoria contra cuatro reyes. Bendijo a Abram y este le dio el diezmo de todo el botín.

En Hebreos 7 se nos habla de él como “rey de justicia” y “rey de Salem”, que significa “rey de paz”, y que es “sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida” (He. 7:1-3).

¿Qué nos enseña esto? Las Escrituras no dan ninguna indicación sobre su nacimiento, muerte, filiación o genealogía. Y Dios dispuso que así fuera para que simbolizara al Señor Jesús, quien es el Hijo eterno de Dios. Así, pues, Cristo no era del linaje de Aarón, cuyo sacerdocio cesó con la muerte, como ocurrió con todos sus sucesores. Pero Melquisedec fue sacerdote antes que Aarón, y es figura del Señor Jesús, quien tiene derecho absoluto al sacerdocio por ser quien es. De hecho, también es Rey, mientras que ningún sacerdote de la familia de Aarón podía ser ambas cosas.

Al ser el Hijo eterno de Dios, Jesús permanece siendo sacerdote para siempre. Murió una vez, pero resucitó y no muere más. Por lo tanto, su sacerdocio según el orden de Melquisedec comenzó con su resurrección, y sigue intercediendo hoy por todos los creyentes, no solo por Israel. ¡Alabado sea Dios por habernos dado tal Intercesor!

L. M. Grant