Estas conmovedoras palabras fueron pronunciadas por un hombre llamado Itai. Había pocas razones para explicar su gran devoción por el rey David. Era de Gat, una ciudad de los filisteos, tradicionalmente enemiga de Israel; era la ciudad de la que procedía Goliat, el gigante al que David había vencido unos años antes. Ahora David ya no era un gran hombre, humanamente hablando, pues estaba huyendo de Jerusalén debido a la sublevación de su hijo Absalón.
La popularidad de David parecía derrumbarse. Usando términos actuales, todas las encuestas de opinión pública estaban en su contra. A diferencia de él, Absalón tenía buen aspecto, era popular y atractivo; era el ídolo del momento. Además, Itai conocía a David hacía poco tiempo; no era un amigo de toda la vida, pues solo se había unido a él el día anterior (v. 20).
Este hermoso testimonio nos hace pensar en algunas personas que conocemos y que están verdaderamente unidas al Señor Jesucristo. Ellos mismos se dan cuenta de que antes estaban alejados de Dios por sus malas obras, pero que han sido reconciliados con Dios por la muerte del Señor Jesús en la cruz. Reconocen que Cristo no es realmente popular, y que seguirlo siempre ha implicado rechazo, incomprensión e incluso persecución. No han sido forzadas a servirlo, en lugar de eso, el amor del Señor Jesucristo es el que ha ganado su confianza, consagración y lealtad. Su lema es: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” (Fil. 1:21).
¿Forma usted parte de este grupo de “Itais” contemporáneos!