La ley de Dios fue leída a todo el pueblo. Al día siguiente, los líderes se reunieron con Esdras para aprender más acerca de ella. ¡Qué bueno que se nos despierte el apetito espiritual por saber lo que Dios tiene que decirnos! Entonces hallaron las instrucciones que Dios dio a su pueblo con respecto a cómo celebrar la Fiesta de los Tabernáculos en esa época del año. Debían cortar ramas de varios tipos de árboles frondosos, hacer enramadas con ellas y habitar en ellas durante los siete días que duraba esta fiesta.
A pesar de que no la habían celebrado de esta manera durante unos 900 años (en los días de Josué), ellos se levantaron e hicieron lo que Dios había ordenado en su Palabra. Tal obediencia les causó gran gozo. Durante todos los días de la fiesta, el pueblo se reunió para escuchar la lectura de la ley, y guardaron cada una de las instrucciones que Dios les había dado. El Salmo 119, que tanto habla de la Palabra de Dios, nos dice: “Tú has ordenado tus preceptos, para que los guardemos con diligencia.” (v. 4 NBLA).
Dos días después de acabada la fiesta, el pueblo volvió a reunirse, ahora “en ayuno, y con cilicio y tierra sobre sí”. Entonces “se separaron de todos los extranjeros, y se pusieron en pie, confesando sus pecados y las iniquidades de sus padres”. Volvieron a leer el libro de la ley del Señor, y luego confesaron sus pecados y adoraron al Señor (Neh. 9:1-3 NBLA). Esta confesión la leemos en el capítulo 9. Entonces hicieron un pacto por escrito, sellado y firmado por los líderes. Este pacto lo encontramos en el capítulo 10. Ellos pensaron que estaban haciendo lo correcto, pero no se dieron cuenta que en la carne somos incapaces de hacer lo correcto.