El Señor está cerca: Miércoles 13 Diciembre
Miércoles
13
Diciembre
El fruto del Espíritu es… mansedumbre, dominio propio.
Gálatas 5:22-23 NBLA
El matrimonio y el “fruto del Espíritu” (3)

Estas dos cualidades (la mansedumbre y el dominio propio), producidas por el Espíritu, proporcionan parte del fundamento para un matrimonio sólido.

Mansedumbre. La mansedumbre es renunciar a los propios derechos y no vengarse ni tomar represalias (Nm. 12:11; 1 S. 25:32-35). En cambio, si usted es manso, hará todo lo posible para alivianar el problema causado por la acción de su cónyuge.

Una persona mansa es aquella que reconoce sus defectos. La prontitud para confesar nuestras palabras y actitudes hirientes a nuestro cónyuge es un ingrediente crucial para un matrimonio sólido. En momentos de debilidad, decimos o le hacemos cosas a nuestro cónyuge que son imprudentes, pecaminosas o hirientes. Con demasiada frecuencia, por tratarse de nuestro cónyuge, nos volvemos permisivos con nuestras actitudes pecaminosas o incluso nos ponemos a la defensiva. En lugar de entristecernos, a veces nos involucramos en discusiones aireadas y en conflictos continuos. O, lo que es peor, nos desquitamos con una fría indiferencia.

Lo que se necesita entonces es la confesión, es decir, reconocer la falta o el comportamiento hiriente. Tengamos en cuenta que si nos limitamos a decir: “Perdón si hice algo que te lastimó”, eso no es una verdadera confesión, porque tal afirmación hace que la culpa caiga sobre la otra persona, dando a entender que se ofende fácilmente.

Dominio propio (o templanza). La lengua es la parte del cuerpo sobre la que más fácilmente perdemos el control. Las heridas infligidas por la lengua suelen afectar más y durar más que las heridas físicas (Pr. 12:18; 18:8). Una causa común de divorcio es la frecuencia de los insultos y las palabras humillantes que los cónyuges se lanzan mutuamente: “La palabra hiriente hace subir la ira” (Pr. 15:1 NBLA). Que el Espíritu Santo ayude a cada matrimonio a cuidar su lengua y a edificar en lugar de derribar.

P. L. Canner