Es muy alentador observar cómo se conduce este temeroso varón de Dios. Después de estar con su alma angustiada ante Dios por la iniquidad del pueblo de Dios (Hab. 1:2), sube a su puesto de guardia para oír la respuesta de Dios (Hab. 2:1). Luego, tras escuchar lo que el Señor dijo, Habacuc ora una vez más, y finalmente camina por las alturas con gozo en su corazón y alabanza en sus labios (Hab. 3:19).
Estamos viviendo tiempos difíciles, días que bien podemos denominar como “los últimos días”. La Iglesia ha fracasado en su responsabilidad de dar testimonio de Cristo, y el juicio debe comenzar por la Casa de Dios (1 P. 4:17). El mundo ha fracasado en su responsabilidad de gobernar, llenándose de violencia y corrupción. Los juicios del día del Señor se acercan para este mundo, pero incluso en estos días debe cosechar con dolor lo que ha sembrado injustamente. En días como estos, en el que “el fin de todas las cosas se acerca”, es ciertamente apropiado que aprendamos las lecciones que aprendió Habacuc, y así ser sobrios y velar en la oración (1 P. 4:7).
Junto con este antiguo profeta, en todas las penas que podamos enfrentar, ya sea entre el pueblo de Dios o en el mundo que nos rodea, tenemos un recurso infalible: “El Señor está en su santo templo” (Hab. 2:20 NBLA). “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8). Al igual que Habacuc, nosotros podemos derramar nuestras preocupaciones ante Dios; podemos verlo actuar; podemos poner todas nuestras necesidades ante él en la oración. Incluso podemos ser conducidos en espíritu a “alturas”, por encima de todas las tormentas, para gozarnos en el Señor, en el Dios de nuestra salvación.
Que podamos inclinarnos con el rostro en tierra en señal de confesión, en el debido momento; que nos paremos sobre “la fortaleza” (Hab. 2:1) para conocer la mente del Señor; y que nos arrodillemos en oración y alabemos en las alturas.