Sabemos que las cosas necesitan mantenimiento para que no se deterioren, pues pueden llegar a ser inutilizables por falta de cuidado. Una casa sucia es evidencia de una falta de limpieza con regularidad. Si un conductor no cambia regularmente el aceite del motor de su automóvil, el motor se dañará y dejará inservible el vehículo.
Es lo mismo en el ámbito espiritual. Vivimos en un siglo malo (Gá. 1:4), y al caminar por este mundo nos vemos influenciados de forma muy negativa.
El Nuevo Testamento nos da varias advertencias sobre lo que podríamos llamar “mantenimiento espiritual personal”. Sí, sabemos que es Dios quien nos guarda, pero también somos responsables de nuestro andar. Sabemos que el Señor es quien nos lava los pies (Jn. 13), pero tenemos la responsabilidad de no ir a lugares que puedan contaminarnos espiritualmente, ya sea por elección propia o por negligencia. Entonces, ¿cómo nos mantenemos al margen de estas cosas?
Hay diferentes maneras de hacerlo, pero las siguientes reflexiones pueden ayudarnos: “Edificándoos sobre vuestra santísima fe”. ¿Cuánto tiempo dedicamos a la Palabra de Dios, leyéndola, escuchándola y poniéndola en práctica? ¿Con qué frecuencia oramos “en el Espíritu”, fervorosamente, no repitiendo simplemente un listado de peticiones? Tenemos que hacerlo individualmente, en privado, y con el pueblo de Dios. ¿Están nuestros corazones y nuestras vidas verdaderamente llenas del amor de Dios? “Conservaos en el amor de Dios”. ¿Estamos realmente esperando la pronta venida del Señor para llevarnos con él al cielo, “esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”? Todo esto requiere tiempo, esfuerzo y un corazón comprometido, pero los resultados y beneficios serán para nuestro gozo y bendición.