Una vez cumplida su misión, los apóstoles “se juntaron con Jesús”. El Señor los había enviado, y ahora volvían a él. Qué bueno es para cualquier siervo, cuando ha realizado un pequeño servicio, volver al Señor para contarle todo lo que ha hecho y enseñado. Con demasiada frecuencia nos inclinamos a hablar con los demás, aunque a veces es bueno animar a los creyentes hablándoles de la obra del Señor. Sin embargo, cuando nos vemos impulsados a hacerlo, debe ser para para recordarles lo que Dios ha hecho, como fue el caso de Pablo y Bernabé en Antioquía: “Habiendo llegado, y reunido a la iglesia, refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos” (Hch. 14:27). Pero cuando nos acercamos a Jesús, después de haber realizado un servicio, es para contarle lo que hemos hecho y enseñado.
Es bueno para nuestras almas repasar nuestras acciones y palabras en presencia de Aquel que nunca nos halagará, ante quien no podemos presumir, y ante cuyos ojos nada se puede ocultar -para aprender allí, tal vez, cuáles son nuestras debilidades y errores. En la presencia del Señor podemos hablar libremente de todo lo que consume nuestros pensamientos y nos agobia. De esta manera, nuestra mente puede aquietarse para pensar en nosotros mismos de forma saludable, u olvidarnos de nosotros mismos y de nuestro servicio, para ocuparnos de Él.
No se nos menciona nada acerca del servicio de los discípulos, pero vemos el interés y el cuidado del Señor por sus siervos. Hablaron de su servicio, pero él estaba preocupado por ellos y por el descanso que necesitaban. Por ello, pudo decirles: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco” (Mr. 6:31). Obviamente, el descanso eterno está aún por llegar, pero hoy, mientras servimos al Señor Jesús en la tierra, tenemos a nuestra disposición el “descansad un poco” que él nos dirige amablemente.